Wednesday, October 31, 2007


“Tráeme a mis hijos de vuelta”, clama la madre

No existía forma de imaginar que una mano infernal, con forma de agua, preparaba su equipaje de muerte y destrucción para arrebatarles su tesoro más preciado: sus hijos Smarlin y Jefferson. Acostaron temprano, a los niños, como era costumbre, pues en la mañana las dos mayores debían asistir a clases.
Cenaron y jugaron dominó junto a otros miembros de su comunidad cristiana. Cerca de las 12:00 de la medianoche éstos se marcharon en medio del aguacero. Pronto la pareja también se fue a la cama.
Alberto es ebanista, especializado en instalación de puertas y ventanas. Es un joven que, a pesar del poco tiempo que tenía residiendo en ese sector, se había ganado el respeto de sus vecinos. “Él siempre va de su trabajo a la iglesia. Es un muchacho muy serio”, comenta un vecino embadurnado de lodo. Mónica se encarga del cuidado de los niños.
“Cuando el agua nos arrastró del techo de nuestra casa, para poder subir al árbol en que sobrevivimos, tuve que caminar por encima del tronco de javilla que nos había derribado de la casa.” Paradójicamente, este tronco, que segundos antes había sido el factor determinante de su desgracia, se colocó al pie del árbol que les salvó la vida a él, a su esposa y a Ashley, su bebé.
“No nos queda nada”La familia ahora está en casa de la abuela de Mónica. Allí el panorama no puede ser más triste. El rostro de todos refleja ansiedad y un dolor que desgarra. Cada vez que alguien llega, todos levantan la mirada, como si todos esperaran la noticia que ahora más esperan: que aparezcan los cuerpos de sus pequeños. “Fue terrible. No nos dio tiempo de nada. Perdimos todo, nuestras cosas quedaron sepultadas en el lodo”, afirma la madre entre lágrimas.
“Ahora le pido a Jehová que nos dé fuerza para poder soportar esto”. A Alberto lo encontramos en la Gobernación, intentando pedir ayuda, no ropa, comida ni trastos, sino ayuda para encontrar a sus hijos. Pero nadie les hizo caso. Entonces nos llevó a visitar a su esposa, y luego a su devastado hogar. Allí el paisaje es desolador. El olor a lodo y a corteza de árboles recién rotos se mezcla con un ambiente dominado por la destrucción de la mayoría de las viviendas.
La casa, desde fuera, parece enana. El lodo está casi a la altura de las persianas. En el interior se pueden ver parte de sus muebles, dañados por el lodo, pero a pesar de ello, la casa de la familia fue saqueda. Ninguna autoridad ha acudido en su ayuda. Ninguno los ha visitado. Hasta ayer, no había ningún operativo para recuperar a sus vástagos. O sus cuerpos.
Alberto no pide nada. No tiene aún sentido de más necesidad que recuperar los cuerpos de sus hijos. Aún en medio de su desgracia y precariedad, él no pide nada más. Desde que ocurrió aguel fatal incidente, Alberto no pude dormir, pues cada vez que cierra sus ojos no hace más que revivir los momentos de la madrugada del lunes.
“No tengo ganas de seguir viviendo, pero tengo que seguir, debo luchar por mi esposa y mi hija”, dice haciendo un esfuerzo por no llorar frente a nosotros. Cuando salíamos de la casa en que están resguardados, Mónica abrazó a su esposo y sólo le hizo una petición: “tráeme a mis hijos de vuelta”.
ALERTA AMARILLALas autoridades de la provincia Monseñor Nouel, agrupadas en la Comisión Nacional de Emergencias Provincial, mantienen un estado de alerta amarilla. Manifestaron que la situación estaba bajo control. Carlos Barranco, director de la Defensa Civil, y el coronel Juan Antonio Haché dijeron que a partir del mediodía de ayer se iniciarían operativos de búsqueda de los desaparecidos, la mayoría niños y recién nacidos.
También expresaron que los centenares de personas albergadas en diferentes lugares de la provincia serán reubicados en lugares más adecuados, para evitar la propagación de enfermedades características del hacinamiento.
Por otro lado, el senador Félix Nova agradeció el apoyo que el sector privado ha brindado frente a esta tragedia. De igual modo, dijo que el Gobierno ha dotado de todo lo necesario para asistir a los afectados por el fenómeno.
Un recorrido por los refugios, sin embargo, muestra el estado de desesperación que predomina en las personas que allí están. Aunque todos dijeron que habían recibido raciones de alimento, muchos se quejaron del estado de hacinamiento en que se encuentran.
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