Thursday, May 24, 2007

Hace 9 años 52 familias ocupan un refugio en SC

El Refugio La Marina, ubicado en el centro de San Cristóbal, es una estructura militar abandonada que data de la época de Rafael Leonidas Trujillo, y que fue utilizada por las autoridades para reubicar temporalmente a las familias damnificadas tras el fenómeno atmosférico que afectó el país en 1998.
Los problemas de salud a causa de las contaminaciones por acumulación de basura, aguas negras y heces fecales afectan a niños y adultos, con el agravante de que la mayoría de las personas que viven allí no disponen de recursos para ir a un médico y comprar medicamentos.
El estado de hacinamiento en que viven estas personas, procedentes de los sectores Barrio Nuevo, Moscú, La Jeringa y Los Javillones, es deprimente, pues para su reubicación, el recinto fue dividido con plywood en estrechos compartimientos donde conviven atestados hasta 13 miembros de una familia.
Las necesidades fisiológicas se realizan en condiciones inhumanas, los baños sin inodoros o algunos con ellos deteriorados, son compartidos por varias familias y lucen abandonados. Los mismos fueron habilitados en medio del refugio de manera provisional, pero los nueve años de uso que llevan los han destruido.
Muchas de las personas que allí residen se han inmunizado a la pestilencia y al nauseabundo olor que se percibe tan pronto se llega al lugar, otros están desesperados, pero no tienen opciones. “No tenemos baños, ahora mismo andan los ratones comiéndose a uno”, narró con amargura Brígida Campusano, quien ocupa uno de los espacios del refugio junto a ocho nietos y dos hijos, mientras mostraba los medios ingeniosos de que se ha valido para evitar que los roedores suban a las camas y acaben de destruirle los colchones. Actualmente soporta los colchones en cuatro envases de hoja de lata, y asegura que este es el recurso que más resultado le ha dado, ya que recientemente las alimañas le destruyeron su cama.
Brígida padece problemas de la columna y recientemente acudió a un médico para tratarse una inflamación en una de sus piernas, producto de la inmundicia que impera en el refugio. A pesar de esto, está a cargo de ocho nietos que le dejó una hija suya que murió recientemente tras sufrir una trombosis.
En un tono angustiante, Brígida narró que se defiende de los ratones colocando cartones en los alrededores de su humilde vivienda; pero éstos le ganan la batalla, “ hacen hasta cueva para meterse y cuando se entran eso es un mal olor que dejan esos pájaros”. El presidente de la junta de vecinos del refugio, Domingo Valenzuela Pérez, atribuye las malas condiciones del recinto a la falta de civismo de las mismas personas que allí conviven.
“Cuando nosotros llegamos a este lugar nos pusieron baños a todos, pero fueron personas de aquí mismo que se los robaron y los vendieron, al igual que el zinc y la madera que los protegía”, manifestó. Asimismo, denunció que muchos refugiados tienen sus casas y otros han vendido más de una vivienda, por lo que aseguró que a ello obedece que ninguna autoridad los quiere ayudar.
Dijo que desde el principio ofreció a las autoridades un informe completo de las personas que tienen viviendas y que “están aquí porque quieren estar”.
Explicó que en la época de Trujillo, el refugio, ubicado en la calle Juan Pablo Pina equina General Leger, era una instalación de la Marina de Guerra y luego fue sede de una zona franca. La mayoría de los padres de familias que ocupan este refugio no tienen trabajo fijo y sobreviven del chiripeo. Los niños permanecen semidesnudos y descalzos, a pesar de las inmundicias que rodean sus espacios.
“Que el señor tenga misericordia y toque los corazones para que saquen a uno de aquí porque estamos muy mal”, manifestó la señora Finlandia Jiménez Díaz, una de las refugiadas en el lugar.
En varias ocasiones se han presentado al lugar representantes de diferentes instituciones gubernamentales con la finalidad de recabar informaciones para su reubicación, pero todas se han quedado en promesas, mientras la miseria los abruma.
“Aquí han venido distintas gentes, pero hasta ahora nadie hace nada. Mantenemos la esperanza puesta en el Señor y en el que venga después de Dios que nos pueda ayudar, porque ya tenemos aquí nueve años para 10 cogiendo lucha, y deseando que nos saquen de aquí porque ya para tanto castigo está bueno”, dijo Brígida Campusano al aludir la desesperación por la que atraviesa junto a las demás familias.
Para Mercedes García, otra de las refugiadas, lo más preocupante son las precariedades que los arropan, por lo que sólo atinó a hacer un llamado a las autoridades para que los incluyan dentro de los beneficiarios de la tarjeta de Solidaridad, del programa Comer es Primero, con el que el Gobierno ayuda a algunas personas.
Design by Felipe Marte,Todos Los Derechos Reservados.( Sanahoria.com). Entrar